
Manos en acción
El proyecto nació como respuesta directa a una problemática crítica que observamos en nuestra ciudad: las condiciones de vida de las personas en situación de calle durante una temporada especialmente lluviosa y fría en Quito. Lejos de ser una realidad ajena, esta situación se convirtió en un llamado urgente al servicio. Como scout, me sentí impulsada por la convicción de que el compromiso social no puede ser pasivo. El proyecto surgió entonces desde la empatía y la urgencia, pero también desde el deseo de devolver dignidad a quienes, muchas veces, son invisibilizados.
El proyecto se llevó a cabo en el centro de Quito, en sectores con alta presencia de personas en situación de calle, como parques, plazas, terminales y zonas comerciales. Contamos con el valioso apoyo del Patronato San José, que donó ropa abrigada y en buen estado para la distribución. Por otro lado, los alimentos fueron preparados y financiados a través de autogestión del equipo organizador. La ejecución constó de tres fases principales: recolección y acopio, clasificación y preparación de kits, y entrega directa en calle. Cada persona recibía una comida caliente, un kit alimenticio adicional, y podía escoger prendas de ropa en una pequeña parada adaptada con cuidado y respeto. Se priorizó la atención individualizada, humana y directa.
El impacto superó nuestras proyecciones iniciales: si bien se había planificado atender a 50 personas, finalmente se beneficiaron más de 70 personas en situación de calle. El proyecto no solo cubrió necesidades urgentes de alimentación y abrigo, sino que también promovió un espacio de reconocimiento humano, generando vínculos breves pero significativos. A nivel organizacional, fortaleció la capacidad de respuesta comunitaria de los voluntarios y abrió puertas a nuevas colaboraciones institucionales. Esta experiencia demostró que, con voluntad, autogestión y redes de apoyo, es posible generar intervenciones sostenibles, replicables y profundamente humanas. En definitiva, fue una acción local con un impacto real, tangible y transformador.
Implementar este proyecto me permitió comprender en profundidad la importancia de la articulación entre la planificación, la empatía y la adaptabilidad. Aprendimos que una acción verdaderamente transformadora requiere no solo logística, sino también sensibilidad humana. Descubrimos que el impacto no se mide únicamente en cifras, sino en la calidad del contacto, en la escucha activa y en el respeto hacia las personas atendidas. También fue una oportunidad para fortalecer habilidades de liderazgo, gestión comunitaria y trabajo colaborativo, claves en cualquier intervención social.
Si lo volviera a ejecutar, reforzaría la dimensión estratégica del proyecto: diseñaría un mapeo más preciso de zonas de intervención, establecería alianzas previas con instituciones públicas y privadas, e incluiría un componente formativo para los voluntarios en temas como atención a poblaciones vulnerables y primeros auxilios. También me enfocaría en diversificar los kits, incorporando artículos de higiene y protección contra el clima, y evaluaría la posibilidad de integrar espacios breves de atención psicosocial o recreativa. Finalmente, implementaría mecanismos de retroalimentación con las personas beneficiadas para seguir mejorando desde sus propias voces.